jueves, 9 de mayo de 2013

EL MALEVO MUÑOZ


Carlos Muñoz del Solar, más conocido como Carlos de la Púa o Malevo Muñoz, nació en La Plata en 1898 y, según apuntes autobiográficos, vivió en la zona de Once, a la que le dedicó un tango. 
     El Malevo también dejó su huella en la historia del cine. Fue guionista, junto a Luis José Moglia Barth, de Tango (1933) en la cual intervino la orquesta de Juan de Dios Filiberto y actuaron Tita Merello, Libertad Lamarque, Luis Sandrini y Pepe Arias, entre otros. Esta fue la primera película sonora de Argentina. Otras dos realizaciones integraron su repertorio: Galería de esperanzas (1934) e Internado (1935).
    Sin embargo, este vecino de aquel antiguo Balvanera es recordado por ser considerado el autor más importante del lunfardo al haber publicado en 1928 su único libro: La crencha engrasada, subtitulado Poemas Bajos. Entre los escritos más destacados están “Puente Alsina”, “Línea 9”, entre tantos otros.
    En cuanto a su labor periodística, colaboró con la revista El Hogar y luego en 1925 se incorporó al diario Crítica, dirigido por Natalio Botana. Allí compartió redacción con Enrique y Raúl González Tuñón (a quien llamaba el “otro poeta suburbano”), Nicolás Olivari y Roberto Tálice. 
    De la Púa, según varios escritos, fue amigo del vecino abastense Carlos Gardel. También compartió largas veladas con otros intelectuales y artistas de la época como Jorge Luis Borges, Roberto Arlt, y Enrique Cadícamo. Este último en su libro Café de Camareras (1993), que describe lugares del Buenos Aires del centenario, revivió un encuentro de estos tangueros en la confitería Real, de Corrientes y Talcahuano.
     Según el historiador y poeta argentino Nicolás Olivari, Muñoz falleció a los 52 años el 5 de mayo de 1950. Otras versiones aseguran que fue en realidad el 9 e incluso que el mes del fallecimiento fue en marzo o septiembre.El fue quien coronó definitivamente a la musa rea con la gran tiara formal y esdrújula, concluyendo un cielo que comenzaron honestamente los otros poetas menores. El Malevo Muñoz fue el bardo sintetizador y perfecto, porque su libro -su único libro- es definitivo y concluyente y no se le puede encontrar desperdicio ocasional, ripio maloliente, traición a los suyos, infidelidad alguna. Muy pálida puede parecer esta afirmación si no la confrontamos con sus versos impares en nuestra literatura de bajo fondo. Bueno, esto de bajo fondo lo uso como definición y ubicación y nunca con acento peyorativo, porque vale tanto como decir alto nivel u otra macana por el estilo. Lo que vale por sus cabales es el contenido y su despliegue hacia el reconocimiento sentimentalmente topográfico de una ciudad como la nuestra, cuyo cosmopolitismo de puerto franco tenía que ser cuajado en lo desgarrado de la imagen, en la tenaza de la metáfora como solamente el Malevo Muñoz pudo hacerlo.
    El Malevo desde su barrio de Once retrató en sus poemas la vida cotidiana de un Buenos Aires reo. Pero a la vez, le imprimió una cuota de ternura y nostalgia tanguera. A través de los versos de este pintoresco vecino, vuelven a nosotros esos patios de la infancia y esos adoquines caminados por la vieja barriada.

Barrio de Once

Para vos, Barrio Once, este verso emotivo
con un cacho grandote de cielo de rayuela.
Yo soy aquel muchacho, el fulback de Sportivo
Glorias a Jorge Newbery, que alborotó la escuela.

Yo soy aquel que al rango no erraba culadera,
que hizo formidables proezas de billarda.
Rompedor de faroles con mi vieja gomera,
tuve dos enemigos: los botones y el guarda.

Y, los bolsillos bolsas de bochones y miga,
llené toda la calle de repes y de chante.
¡Mi bolita lechera!... ¿Dónde andarás, amiga?
¡Y aquella mil colores, cachuza y atorrante!

Se fueron con el viejo pepino corralero,
el terror de los trompos, mi trovero baqueano.
Partía las cascarrias con su púa de acero
y a las chicas del barrio les zumbaba en la mano.

Se fueron con los cinco carozos de damasco
de mi ainenti querido... ¡Payanita primera!
Si te habremos jugado con el grone y el vasco
y con Casimba, el hijo de la bicicletera.

Barrio mío, donde garabatié con tiza
robada del colegio: ¡Yo la quiero a Adelita!
¡Abajo el Cachirulo! ¡Boicot al Pataliza!
El que le lee esto es un... Toto afila con Lita.

Barrio mío, donde quedara abandonado
el simbólico tejo diezañero y querido,
hoy —que en esta quiniela del vivir voy sobrado—
tu recuerdo me abuena como un verso sentido.

Tu recuerdo es el gol que me da la victoria...
Porque he jugado mucho, miro claro la vida...
Barrio mío, en tus calles, está toda mi historia.
Es una piedra-libre y una gata-parida.

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