miércoles, 6 de abril de 2016

Antonio Bonavena, el tío de Ringo

Antonio Bonavena debió soportar la competencia post mortem de su sobrino Ringo, que identificó el apellido con el box, cuando en la década del treinta y el cuarenta ese nombre era sinónimo de tango y tango del bueno. Antonio murió en 1960 y no conoció la fama de su sobrino y, mucho menos, su desenlace trágico. Ringo era hijo de Vicente, que también cultivaba el tango, pero, como se sabe, su hijo en lugar del bandoneón prefirió los guantes.
Don Antonio no fue uno de los grandes consagrados, pero ocupó un lugar importante, y a lo largo de su trayectoria mereció el reconocimiento de las grandes figuras del género, algunas de las cuales aprendieron el abc del tango a su lado.
A la hora de escribir una historia del tango, siempre es aconsejable saber que en este universo, como en cualquier otro, se consagran los famosos y quedan postergados, en una segunda y tercera fila, pianistas, violinistas, cantores y directores de orquesta, muchos de los cuales, además de su talento, llegaron a ser importantes en la historia del género, pero carecieron de oportunidades, no fueron constantes o ambiciosos o, lisa y llanamente no tuvieron suerte. Sin embargo, en esos espacios alejados de las luces de la gloria y la fama, muchas veces el tango jugó sus mejores partidas y quienes luego serían famosos aprendieron en esas orquestas a hacer los palotes y allí ensayaron sus primeros pasos.
Bonavena se inició como bandoneonista en 1925 en Radio Prieto. Como Corsini, Centeya y Marino, había nacido en Italia, en Calabria para ser más preciso, el 14 de marzo de 1896 y llegó a estas costas cuando tenía once años. Boedo fue el barrio de su adolescencia y juventud. Siempre lo suyo fue el tango, pero como muchos músicos de entonces incursionaba en otros géneros por exigencia del público o de las programaciones bailables. El foxtrots, la ranchera, los valses y algunos temas camperos integraban su repertorio, como lo demuestra su primera presentación en el sello Electra en 1928, cuando graba dieciséis temas, de los cuales el único tango se llama Nicanora.
Después matizará algo más su repertorio y los tangos irán ganando su lugar, sin perder nunca el objetivo de componer una música bailable. Uno de sus primeros cantores, “estribillista”, como le decían en su tiempo, será Carlos Viván que ya se había lucido como estribillista de Juan Maglio. Célebre en su tiempo por su pinta y su labia, en el futuro será el compositor de temas memorables como “Hacelo por la vieja”, “Moneda de cobre” y “Como se pianta la vida”.

La orquesta de Bonavena en los inicios de los años treinta es una de las grandes formaciones musicales de la década. Sus actuaciones en la temporada de verano en el Hotel Casino de Mar del Plata así lo atestiguan. En Buenos Aires, los principales centros nocturnos de la ciudad cuentan con su calificada asistencia. El Chantecler y el Casanova, son los cabarets preferidos por un público decidido a disfrutar de la buena música. A disfrutarla y bailarla. Precisamente, será en el Petit Salón, de Montevideo y Corrientes, cuando una noche, ahora mítica, le presenten a un pibe de dieciséis años que, según se dice, es un fuera de serie. Canchero y curtido en su oficio, Bonavena lo pone a prueba con dos tangos que sólo pueden aprobarlo los más calificados. Se trata de “Alma de bohemio” y “Milonguero viejo”. El pibe acepta la apuesta y ni bien empieza a cantar, el maestro le comenta a un amigo: “Éste es un ángel cantando”. El pibe se llamaba Roberto Rufino y Bonavena pudo darse el lujo de decir que uno de los grandes cantores de tango de la historia fue un invento suyo.
No fue ni el primero ni el último. En la orquesta de don Vicente se iniciaron o se consagraron músicos memorables. El violinista Cayetano Puglisi, por ejemplo, que en sus inicios debutó con Roberto Firpo en el Royal Pigall, que se dio el lujo de protagonizar la primera grabación de La Cumparsita, al que en su momento Firpo le dedicó una de sus creaciones “El talento”, y que por esas cosas del destino y de las necesidades de la vida encalló en la orquesta de Juan D’Arienzo, donde despilfarró su genio en obras de poca monta. Puglisi, para los iniciados una leyenda viva del tango, adquirió la plenitud de su arte al lado de Bonavena.
Algo parecido puede decirse del “Gallego” Antonio Rodríguez Lesende, considerado por muchos como el mejor cantor de tangos después de Gardel. Rodríguez Lesende había sido coreuta del Teatro Colón y antes de sumarse a la orquesta de Bonavena había paseado su excelencia por las orquestas de Julio de Caro, Osvaldo Fresedo y el célebre trío integrado por Juan Carlos Cobián, Ciriaco Ortiz y Cayetano Puglisi. El “Gallego” más ponderado del tango lució sus virtudes durante diez años en el cabaret Lucerna. Allí fue donde Troilo se presentó una noche lejana de 1937 para solicitarle que ingresara como cantor a su orquesta. Rodríguez Lesende se dio el lujo de decirle que no y ese puesto vacante lo ocupó luego Francisco Fiorentino.
Las escasas, peor no selectas, grabaciones de este cantor emblemático no son fáciles de encontrar y los coleccionistas se sacan los ojos para acceder a algunas de ellas. Una de las más disponibles es “Almagro”, el tango escrito por Iván Diez y musicalizado por Vicente San Lorenzo. La orquesta que lo acompaña en la ocasión es, precisamente, la del maestro Antonio Bonavena.
El otro cantante que se lució con Bonavena fue Jorge Omar, en su momento apadrinado por Juan de Dios Filiberto y que luego de trabajar con Bonavena, donde entre otras joyas dejó grabado el tango “Lunes” de Francisco García Jiménez y José Luis Padula, se sumó a la orquesta de Francisco Lomuto, en la que se desempeñó durante ocho años, dejando grabado para la historia temas como el tango de Miguel Oses y José Ventura, “A la gran muñeca “ y “Mala suerte”, de Francisco Gorrindo y Francisco Lomuto.
Acompañando al fueye de Bonavena, estuvo en más de una ocasión Francisco Scorticatti, considerado por el crítico Oscar Zucchi como el mayor exponente de la técnica bandoneonística de la historia del tango. Por su parte, los pianistas de Bonavena fueron de lujo. Empezando por el rosarino Orestes Cúfaro, amigo de Gardel, pianista de Azucena Maizani y Tita Merello, y continuando con Manuel Sucher, otro de los grandes pianistas de su tiempo. El periodista y escritor Julio Nudler menciona a Sucher en su excelente libro “Tango judío”. Además de pianista, Sucher se destacó como compositor. “Qué me importa tu pasado”. “En carne propia” y “Muriéndome de amor”, son, por ejemplo, obras de su autoría. El otro pianista digno de destacar fue José Tinelli, compositor del tema escrito por Enrique Cadícamo, “Por la vuelta”. Por último, cómo no hablar del bandoneonista Gabriel Clausi, fogueado al lado de Roberto Firpo. Juan Canaro, Francisco Pracánico y Pedro Maffia.
Bonavena se destacó también como compositor. Pertenecen a su autoría, entre otros temas, “Pájaro ciego”, “Mala racha”, “Arlette”, “Pordioseros” y el vals “Llanto de madre”. Al poema de Francisco Gorrindo, “Disfrazate hermano”, él le puso la música. Cito su primera estrofa de memoria. “Disfrazate hermano que ha llegado el día, de olvidar la pena que te tiene mal, cambiá tu tristeza por esa alegría que hoy nos da la vida con su carnaval”.

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