viernes, 19 de mayo de 2017

La historia del tango Nostalgias

Una noche de noviembre de 1935, se estrenó el tango “Nostalgias” dicen que fue en una boite de Florida, entre Paraguay y Charcas.

La orquesta era la de Ciriaco Ortiz y el cantor fue el “Gallego” Rodríguez Lesende. No se sabe si hay alguna grabación de Rodríguez Lesende de ese tema, por lo que la primera fue sin duda la que hizo Charlo, en febrero de 1936. Lo acompañaban en la ocasión las guitarras de Becada, Iglesias y Arrieta. La interpretación de Charlo es extraordinaria y sin menoscabo de otros grandes cantores que se le animaron a este poema, podría decirse que después de Charlo las otras grabaciones podrían haber sido prescindentes, más allá de que con muy buenos argumentos, algunas barras tangueras estiman que la mejor interpretación la hizo Hugo del Carril cuando la grabó el 4 de noviembre de 1936, acompañado por la “Orquesta Víctor” del sello RCA. La grabación aún se puede disfrutar y el placer incluye el tema de la contratapa, el valsecito de Canet, “Me besó y se fue”.De todos modos, no queda muy claro cuándo efectivamente fue la primera grabación, pero lo seguro es que Carlos Gardel nunca cantó “Nostalgias”, entre otras cosas porque cuando Cadícamo y Cobián escribieron este poema, la tragedia de Medellín ya había ocurrido. La aclaración corresponde hacerse, porque siempre hay algún improvisado que a la hora de intentar hacer sus primeros palotes con la historia incorpora “Nostalgias” al repertorio del Morocho del Abasto.
La letra del tango es de Enrique Cadícamo y la música a Juan Carlos Cobián.
“Nostalgias” es uno de los grandes poemas del tango y Cadícamo fue uno de los poetas más destacados de su tiempo.
Los historiadores aseguran que “Nostalgias” marcó un antes y un después en la trayectoria poética de Cadícamo. Para esa fecha el hombre ya había escrito entre otras delicias, “Pompas de jabón”, “Muñeca brava”, “Che papusa oí”, “Madame Ivonne”, “Anclao en París”, “La casita de mis viejos”, “La reina del tango” o “La novia ausente”. Después de “Nostalgias”, vendrán “Nieblas del Riachuelo”, “Ave de paso”, compuesta por Charlo en Río de Janeiro, “La luz de un fósforo”, “Por la vuelta”, “Rubí”, “Rondando tu esquina”, “Tres esquinas” y sus dos grandes monumentos: “Los mareados” y “Garúa”. “Nostalgias”, de alguna manera, es el anticipo de esas creaciones. El poema de todos modos no parecía estar tocado por la varita mágica del éxito. En 1936 el director de teatro Alberto Ballarini lo había rechazado para la obra “El cantor de Buenos Aires” por considerar que no reunía los requisitos que se reclamaban para una obra de teatro montada en homenaje a Carlos Gardel. El propio Agustín Magaldi, cuando escuchó el tema por primera vez, dijo con tono burlón. “¿Y eso es un tango?”, una verdadera licencia verbal, ya que el repertorio de Magaldi estaba muy lejos de adscribir a la ortodoxia tanguera.
El poema habla de un amor correspondido, aunque no es ésa su íntima novedad. El personaje se expresa en una primera persona, pero a diferencia de otros abandonados, su dolor lo manifiesta a través del alcohol y aturdiéndose o disipándose con otros amores. “Quiero emborrachar mi corazón para olvidar un loco amor que más que amor es un pesar. Y aquí vengo para eso a borrar antiguos besos en los besos de otras bocas”.
¿Adónde llega? Seguramente a un cabaret o a un prostíbulo o algo parecido. A un lugar donde hay hombres solitarios y derrotados, música lenta y mujeres ligeras. Un video con Hugo del Carril, donde él aparece muy joven y muy elegante, describe un escenario parecido.
A diferencia de otros poemas, el mejor momento de “Nostalgias” está al final, cuando nuestro personaje dice a modo de despedida: “Quiero emborrachar mi corazón, para poder así brindar por los fracasos del amor”. Ese verso es sublime y terrible. “Brindar por los fracasos del amor”. Toda una filosofía existencial está condensada en seis palabras. El brindis convencional es un momento de alegría, de paz o de satisfacción. Aquí se brinda por la derrota, por el dolor, por el fracaso disimulado entre las luces, las risas, las caricias y los besos. Y, por supuesto, la nostalgia, la nostalgia de un amor perdido, de un amor que duele y lastima.
Después está la música. Cobián era un artista abierto a las novedades de su tiempo. Había vivido en Estados Unidos, conocía el jazz y le gustaba y su cosmopolitismo no lo desdibujaba sino que lo identificaba con su ciudad de una manera más consistente. Cadícamo era también un hombre de mundo, había viajado por toda Europa en más de una ocasión en compañía de Gardel, y disponía de una sólida formación literaria.
La composición musical de Cobián es compleja y rompe con algunos cánones tradicionales del tango. No era la primera vez que Cobián hacía algo parecido, y no va a ser la última. Según mi amigo Américo Tatián, el tango “Nostalgias” es una verdadera emboscada para los cantores improvisados. La emboscada está tendida a lo largo de todo el poema, pero el momento más peligroso se produce en los dos últimos versos del estribillo. Concretamente cuando dice “Desde mi triste soledad veré caer las rosas muertas de mi juventud”.
. Para cantar “Nostalgias” como corresponde hace falta tener un muy buen registro y extensión de voz, porque en ese tramo varían los compases y se complica la toma de aire. La advertencia siempre estuvo presente, por lo cual los grandes cantores marcharon hacia la emboscada con la certeza de que iban a saber eludirla.

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